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     La Orden de los Pobres Soldados de Cristo fue creada por Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Adhemar en el año 1.118, tras la primera cruzada con la intención de custodiar los peligrosos caminos de peregrinaje a Tierra Santa, a la ciudad estado de Jerusalén. Allí permanecieron durante diez años realizando excavaciones en busca de los tesoros del rey Salomón ocultos en su templo. En 1.128, Balduino II, rey de Jerusalén, les permite oficializar la orden.
     

      Cuenta la leyenda que fueron numerosos los tesoros encontrados: el Arca de la Alianza, la Lanza del Destino, y cómo no, el Santo Grial. Desde entonces, ya bajo el nombre del los Caballeros del Templo, han sido sus custodios.
     

      Tras su regreso a Francia en busca de apoyos y financiación, Hugo de Payns logra que Bernardo de Caraval, redactase la regla de la orden siguiendo la adaptación cisterciense de la de San Benito. En 1.144 reciben la bula de Milicia del Templo y en 1.145 La de Milicia De Dios.
 

      Desde ese momento, cada noble, cada caballero europeo, quería ser parte de la orden o tener a alguno de sus vástagos en el cuerpo. Sus hazañas en Tierra Santa pronto se extendieron por la Europa cristiana. Desde entonces participaron en todas las cruzadas, tanto en Tierra Santa como en Europa, donde también se luchaba contra el Islam en la península Ibérica. Acumularon posesiones sin parar, cedidas o intercambiadas por reyes y clero. Instauraron el primer banco internacional, siendo capaces de emitir un cheque en Francia y que su portador lo canjease al llegar al Reino de Los Cielos en Jerusalen.
 

     Pero el poder corrompe, sin excepción. Sus objetivos se malinterpretaron, sus líderes se extralimitaron, su ambición dejó de conocer límites… y cuando esto ocurre, tus amigos se convierten en enemigos. El viernes 13 de Octubre de 1.307 Jacques de Molay, gran maestre, y el resto de templarios son acusados de herejía por Felipe IV rey de Francia, quién presionó al Papa Clemente V hasta forzar la disolución de la orden. Desde la hoguera Jacques de Molay afirmó que la orden viviría para siempre y lanzó una maldición sobre los dos traidores que se cumpliría fielmente. Ambos murieron antes de un año.
 

      Pathos recupera el espíritu inicial de la orden, el de los monjes guerreros que abandonan la comodidad de sus vidas y se entregan en cuerpo y alma a una misión que hoy en día se nos antojaría digna de mitos o leyendas. Sin posesiones, sin pasiones, sin libertades, consignan sus vidas a un propósito superior fuera del entendimiento de la mayoría de los mortales. Entregarán su vida por defender la causa de los Templarios, protección y custodia de sus símbolos y valores, humanos, materiales o divinos. Sin dudas. Un caballero templario jamás se rinde.

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